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Mike Mignola y la estructura narrativa de Hellboy

Actualizado: 11 abr


Hellboy en el infierno
Hellboy en el infierno

En estos últimos dos meses he conseguido cumplir con uno de los propósitos que tenía pendiente desde hace tiempo: releer por completo Hellboy. En dos meses me he merendado los cuatro tomos integrales de Norma, que contienen prácticamente la totalidad de la obra de Mike Mignola al frente del personaje. La relectura de una obra que por primera vez ha resultado ser una lectura continuada. Algo que ha conseguido que mi visión sobre su propia estructura narrativa haya cambiado.

 

La primera vez que leí estas historias, fueron lecturas dispersas en el tiempo, algunas de ellas sin seguir un orden lógico. Tengo que reconocer, que algunas ni siquiera las había leído. Esta relectura me ha servido para poder apreciar la obra como un todo. Un todo formado por muchas piezas independientes, pero un todo compacto y que funciona perfectamente como un hilo continuo.

 

Me es imposible abarcar un texto sobre Hellboy sin comentar algo sobre su apartado gráfico. No voy a pararme demasiado en alabar las virtudes de Mignola (eso daría para otro texto). Decir, eso sí, que es el creador de un estilo imitado una infinidad de veces, que ha sido capaz de llevar la síntesis a su máximo exponente y que ha sabido representar a la perfección esa ambientación que impregna toda su obra.

 

Además de a Mike Mignola, tenemos a varios artistas que se encargan de una buena parte de las historias incluidas en los integrales. Si uno destaca entre el resto, tanto por la cantidad como por su aproximación al estilo de Mignola, es Duncan Fegredo. A pesar de las diferencias, sobre todo a nivel de detalle, creo que se adapta bien al estilo del maestro. Acercándose a él, sí, pero también diferenciándose. Es capaz de recrear esas atmósferas que una obra como Hellboy necesitan sin perder por otro lado su propia esencia. Sintetiza todo lo posible, pero con su propia marca personal. Es cierto que se agradece el propio trabajo de Mignola, que no debería haber dejado de dibujar nunca a Hellboy, por lo menos los arcos más troncales, pero si alguien ha sabido suplir su genio, ese ha sido Fregedo. Y es que Mignola es mucho Mignola; ya no solo es un talento generacional, es que es el mejor representante gráfico de su propia creación.

 

Algo que me llama mucho la atención de las historias de Hellboy es su tono y su ambientación. Perfectamente recreados tanto por el propio Mignola como por Fegredo. El tono lúgubre y victoriano está presente en prácticamente todas ellas, incluso cuando se atreve con escenarios como el mexicano. Además, el contraste con esos toques de humor presentes sobre todo en los diálogos de acción funciona a la perfección. Tanto los escenarios como la creación de personajes encajan muy bien dentro de ese universo que nos propone Mignola. Casi se puede sentir ese aroma acre, húmedo y polvoriento que rodea prácticamente toda la obra. Quizás uno de sus secretos esté en combinar la sencillez de las formas, el trazo firme y una iluminación que tiende al claroscuro.

 

Más allá de las bondades gráficas de la obra, que son muchas, esta relectura me ha servido para ver los guiones de Mike Mignoa de otra forma. Más allá de la revisitación de ciertos mitos y leyendas populares del folklore internacional, todas las historias son frescas y estimulantes. A través de unos diálogos escuetos, pero muy bien construidos y una serie de acciones dramáticas y datos arrojados desde los propios escenarios, finalmente podemos ver toda una estructura narrativa que entrelaza la historia de principio a fin. A pesar de ser historias, sobre todo las del inicio, que pareciera que no tienen conexión entre sí, se está formando entre ellas la historia del propio protagonista. Es quizás a partir de la Isla y la Cacería donde se perfila de forma más acusada. Tras dejar la AIDP, vemos cómo la historia de Hellboy avanza. Avanza y crece a partir de las raíces creadas. Algo que al terminar la lectura de estos cuatro tomos queda más que patente.

 

Y con esto llegamos al desenlace de la trama principal. Con Hellboy en el Infierno, como no podría ser de otra manera. Y es que, aunque este desenlace no es el que uno hubiera deseado, hay que reconocerle a Mignola el gran trabajo que realiza al cerrar toda su obra con este gran último acto. Uno hubiera esperado más acción; más épica; pero el trasiego por el Averno, digno de la obra de Dante, es como una llama que se apaga lentamente. Una luz mortecina que poco a poco desemboca en la oscuridad. Un final en el que el drama y la poesía se unen prescindiendo por completo de fuegos artificiales.

 

Acaso contamos con la trampa de no mostrar ese momento decisivo que marcará el camino de nuestro querido protagonista por el Infierno. Una trampa que se torna en un recurso muy valioso, precisamente para mostrar ese final decadente. Esa luz que se extingue poco a poco, hasta conseguir que se nos salte una lágrima con su desenlace.

 

Las conexiones familiares, los personajes desesperados, los tratos incumplidos y la fatalidad de ese destino contra el que lucha el protagonista. Un final que se torna en novela decimonónica. Un canto al romanticismo del siglo XIX. Al terror más gótico y victoriano. A la propia esencia del personaje, anclada en esas historias que pueblan el folklore popular y a través de las cuales toma forma toda esta historia que remata perfectamente. Sin fuegos artificiales, sí, pero de forma redonda y melancólica.

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